Sé que había prometido dejarlo pero llevaba un mal día, un día de
mierda a decir verdad. Además ya lo tenía bastante controlado. Ni
temblores, ni náuseas, ni dolores de cabeza ni alucinaciones, así
que, ¿por qué no disfrutar de un momento de evasión? ¡Por los
viejos tiempos! Ya sabes, cuando aún era capaz de pasarlo bien y
volver al día siguiente a la porquería de mi vida como si nada.
Después de que mi novia me dejara, de ser un apestado para mi
familia y de quedarme con tan pocos amigos como dientes, ¡merecía
una recompensa! Y seamos sinceros: esta jodida vida no sabe dar
recompensas saludables ni legales. No me hables de las puestas de sol
ni de una buena canción, por favor. No me nombres la sonrisa de un
niño. Odio a los críos.
Así pues, planeé mi recompensa: esa noche llegaría a casa y me
metería un buen viaje mientras veía una de esas series nacionales
que ya a nadie le hacían gracia pero que repetían hasta la náusea.
Igual así hasta conseguía reírme un rato y todo. Puede que incluso
riera tanto como la vieja Gladys, con aquellas carcajadas que
parecían provenir de un matadero de cerdos y cuyo sonido te
atravesaba el cerebro como el de unas afiladas uñas arañando una
pizarra.
El problema era el mismo de siempre: el dinero. Intenta conseguir un
trabajo después de salir de la cárcel, con una ropa que parece que
hayas heredado de algún hermano mayor gordo y con miedo a sonreír
para no enseñar los dientes que te faltan.
Suerte que siempre existirán los hospitales. No podían ofrecerme mi
menú preferido, pero tampoco es que mi situación me permitiera
ponerme exquisito.
Cualquier cosa que les dieran a los que estaban entre la vida y la
muerte para calmar sus dolores me serviría.
Todo el mundo se queja de los recortes del gobierno, pero a mí los
de sanidad me habían proporcionado viajes gratis. A aquellas horas
de la madrugada los servicios eran mínimos, y más en un pueblo tan
pequeño como el mío. Menos personas = más facilidad para colarme.
Perfecto.
No era la primera vez que lo hacía, así que no me costó llegar al
quirófano. Sabía que era allí donde guardaban los sedantes más
potentes. En un rápido movimiento me metí dentro y pegué la
espalda a la puerta. La habitación estaba en una perfecta penumbra
gracias a la poca luz que provenía de las farolas de la calle. Casi
me muero de un susto cuando vi que no estaba solo.
Una chica rubia con el pelo muy largo y vestida con algo verde que
parecía el uniforme de una enfermera, negaba con la cabeza. Le
pregunté porque no me hablaba, y entonces fue cuando me di cuenta de
que estaba amordazada. No sabía si sería algún rollo sexual entre
enfermeros, como una mezcla entre Anatomía de Grey y Las
Cincuenta Sombras de ídem,
pero como ninguna de esas mierdas me iban, tampoco iba a quedarme a
averiguarlo.
Me dirigí a las cajoneras de plástico que habían pegadas a la
pared y me llené los bolsillos sin ningún reparo mientras escuchaba
los grititos de la rubia amordazada.
No paraba de decirle en susurros que se callara, que yo no quería
hacer daño a nadie, sólo darme un rato de paz y felicidad. Que no
siguiera intentando hablar porque no me interesaban sus jueguecitos.
Fue entonces cuando sentí una mano en el hombro. Tan fría, que la
sentía a través de mi chaqueta.
Me giré y vi a un friki vestido como en una película de época, con
terciopelo rojo de marica y todo esas cosas. Hasta un pañuelo
llevaba en el cuello, seguro su madre le había bordado su nombre en
algún rincón por si lo perdía.
Estaba a punto de soltarle alguno de mis ingeniosos pensamientos
cuando me dijo que aquello no era ningún juego. Puede que eso hizo
que me riera un poco de él, bueno, o puede que mucho. Entonces el
tío me lanzó contra las camillas, y se fueron juntando una tras
otra como si estuviéramos en los coches de choque.
Me cabreó que un payaso como él hubiera sido capaz de darme un
golpe así y fui a por él.
Primero quería intimidarle, así que acerqué mi cara muy cerca de
la suya, sin embargo, el intimidado fui yo: sus ojos eran amarillos.
No un amarillo como el de la hepatitis, no. ¡Amarillo como una puta
serpiente! Cuando se dió cuenta de mi sorpresa, me sonrió y vi los
dientes más blancos y afilados que he visto jamás. Me dijo que me
fuera si no quería sufrir las consecuencias, pero me dió pena lo
que le pudiera hacer a la chica, así que le exigí que la soltara.
El se negó y me dijo que quizás al final, sí que íbamos a jugar.
Corrí hacia ella, pero volvió a estamparme contra la pared. Supongo
que fue entonces cuando perdí el conocimiento y al despertar, me
rodeaba el silencioso desprecio del personal de enfermería. Oí
algún insulto mientras me levantaban del suelo. Entre la masa de
enfermeros y médicos cabreados, vi a la chica tendida en el suelo,
sobre un charco de sangre.
No digo que fuera ningún vampiro, pero ese chico tenía una fuerza
que no era normal, se movía demasiado rápido y sus ojos brillaban
en la oscuridad.
Vale, ya veo como vienen hacia mí esos hombres vestidos de blanco,
me traen un regalo. Es una camisa a juego con la suya, sólo que mis
mangas están pegadas a la espalda. En fin, al menos en esos sitios
no tendré que robar las drogas. Por fin tendré mi recompensa.
Hola Chari!!!!
ResponderEliminarVaya, vaya! Este escrito es más largo que los anteriores. Cada vez te vas animando más, te veo mejor y me alegro un montón!
Aunque últimamente te ha dado por escribir cosas un tanto gores. Digo yo ¿no se podía tirar por un puente antes de que muera una mujer? Eso molaría. La peña está muy pirada. Por cierto, que algo tiene a Guillermo del Toro.
Un besoteee!!! ♥
¡Hola Hydre!:
EliminarPrimero que todo debo confesar que este relato lo escribí hace un par de semanas o más, así que probablemente esté un poco mejor que cuando lo escribí.
Lo gore y trágico siempre me ha atraído incluso en épocas en las que estaba genial, soy así de extraña, pero me da la sensación de que lo que escriba a partir de ahora tendrá algo más de luz.
Me ha hecho ilusión que compares algo de lo que escribo con Guillermo del Toro. Como siempre, te agradezco que tomes tu tiempo en leerme y dejarme un comentario ;)
¡¡Besotes!!