Cruzo el portal y veo que
mi buzón me espera más burlón que nunca. Incluso parece sacarme la
lengua con ese sobre que asoma.
En el ascensor me digo que
es mejor abrirlo en la tranquilidad de mi hogar; su contenido era
algo para ver sentado en un sillón con una cerveza en la mano.
Ya en mi apartamento, con
la punta del abrecartas apoyado en un extremo de la solapa, decido
que es mejor abrir la puerta del infierno después de cenar.
Mi elección gastronómica
es más laboriosa que de costumbre, y mientras cocino, voy dándole
sorbos a una copa de vino. Una vez saciada mi hambre me dejo caer en
el sillón con el sobre en la mano. Cierro los ojos y pienso en ella.
¿Será ésta la última vez que pueda recordarla de esta manera?
Acabo quedándome dormido y me despierto con los primeros albores del
alba. Tengo los brazos caídos y el sobre está en el suelo.
No puedo permitirme ir a
trabajar con la perturbación que me provocaría la visión del
interior del sobre, así que no le presto más atención y después
del cotidiano aseo personal, me dirijo hacia la oficina. No sin antes
pasarme por el banco a ingresar en la cuenta del detective el importe
acordado. Confiaba en él y en la implicación de su esfuerzo en mi
caso, no necesitaba abrir el sobre para confirmarlo.
Sigo sin ser capaz de
abrir el sobre. Tampoco respondo a sus llamadas. En ninguna de las
nueve ocasiones. Está acostumbrada a mis desplantes y rarezas,
aunque no sabe nada de mis inseguridades. Si ella supiera...
Vuelve a llamar. El sobre
me observa desde el suelo, amenazante. Me grita que mis sospechas
eran ciertas y que no tiene sentido que siga alargando mi agonía.
“Deja de llamarme,
hemos terminado. Lo siento. Que te vaya bien”
Enviar.
Aluvión de llamadas. Se
persona en mi apartamento en numerosas ocasiones a lo largo de la
semana. Finalmente se cansa. En el fondo ella también sabe que es
joven y bonita y que no debe desaprovechar su vida con alguien tan
mayor y cascarrabias como yo. Por eso mismo existen las fotografías
que esperan en el sobre del suelo. Y no quiero verlas. Tiro el sobre
en la papelera.
Me cuesta conciliar el
sueño, mis compañeros no me dicen nada, pero me miran preocupados.
Ella era mi último resquicio de humanidad y ahora me siento perdido.
El domingo, la falta de actividad y demasiado pensar, me ayudan a
terminar una botella de whisky. Acabo tendido en la cama mirando el
pico que sobresale de la papelera. Rio a carcajadas y me levanto tan
rápido como tambaleante. Arranco la solapa en un sólo gesto y agito
el sobre sobre el escritorio. No cae nada. Miro en su interior. El
sobre estaba vacío.
(Este es el texto que envié al taller de literautas "Móntame una Escena" del mes de Octubre)
Está muy bien
ResponderEliminarGracias ;)
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