Me prometo a mí misma...

 Los cimientos sobre los que caminaba se rompieron sin avisar, quedó atrapada entre las ruinas sin ni siquiera tratar de salir; sólo podía sentir el dolor que ladrillos y demás habían hecho en su piel, sólo podía sentir el escozor de las heridas. No pidió ayuda, no quería compasión, ni comida, ni agua.
 Creyó que se tenía que quedar allí hasta que las heridas curaran y de repente comprendió que hay heridas que no basta con dejar cerrar, hay heridas que hay que desinfectar primero.
Comprendió que las lágrimas son útiles al principio, para desahogarse pero que ahora, ya no servirían, que si no se levantaba de allí, si no comía ni bebía, si no limpiaba sus heridas, podía morir.
Si sólo se dedicaba a recordar lo ocurrido no dejaría que su mente le trajera esos buenos pensamientos que la salvarían.
Si no se alimentaba sólo haría que empeorar su estado.
Si no desinfectaba sus heridas, éstas agravarían su enfermedad.
Miró a su alrededor: Nadie. Se sentía como la última superviviente de una catástrofe natural.
Salió de entre las ruinas con mucho esfuerzo y haciéndose algún que otro rasguño más. Vió el sol, cómo lo había echado de menos! Respiró el aire que traía la mañana y sonrió al ver el cielo azul...
Una hoja de papel cayó a sus pies, una hoja blanca que parecía pedir que escribieran sobre ella, casi igual que su futuro. Porque ahora nadie lo escribiría, ahora ella tenía el papel y el bolígrafo. Al pensar en eso buscó en su bolsillo, ¡No se lo podía creer! El bolígrafo seguía intacto allí donde lo dejó.
Unas lágrimas de alegría rodaron por su sucia cara, limpiando restos de tierra.
Se sentó en el suelo y se puso a recordar que era lo que le había llevado a esos inestables caminos....
Cogió el bolígrafo con determinación, como si estuviera blandiendo la espada con la que iba a matar todos su miedos, inseguridades y tristezas y escribió:

Me prometo a mí misma...


Me prometo a mí misma que nunca más dejaré que nadie me diga como tengo que ser.
Me prometo a mí misma que no me sentiré inferior por mi cuerpo, ni por mi cara ni por no ser como los demás esperaban.
Prometo alejarme de aquellos que no respeten como soy y quieran cambiarme constantemente. Prometo alejarme de todo chantajista emocional.
Prometo alejarme de todo aquel con quien no pueda ser yo misma.
Prometo aceptar mis defectos y mis virtudes y no tener miedo a mostrar ni una cosa ni la otra.
Prometo ser valiente (que no es lo mismo que no tener miedo).
Prometo ver mi valía mirando en mi interior y no es un espejo ni en los ojos de los demás.
Me prometo a mí misma que no me conformaré con lo primero que venga (en todos los sentidos) y que lucharé por conseguir lo que de verdad ansío. 
Prometo que siempre seré la persona más importante de mi vida.
Prometo no llenar mis vacíos con personas u obsesiones.
Prometo no dejar de escribir ni leer nunca más.
Prometo amarme y respetarme en la salud y en la enfermedad y hasta que la muerte me quite la capacidad de hacerlo (XD)

[Hasta en los peores momentos sabía tener sentido del humor]

Se levantó, dobló el papel por la mitad y lo metió en el bolsillo trasero de sus pantalones, se sacudió la ropa como pudo y caminó hacia adelante con la cabeza bien alta y con una sonrisa.
Sabía que era el fin de una era oscura y dolorosa, sabía que aunque todavía tenía que curar sus heridas, alimentarse y limpiar su cuerpo y su mente, era el comienzo del fin, el fin de todo aquello.
Y al mismo tiempo el comienzo de un nuevo principio, el principio en el que cumpliría con todo aquello que había escrito en ese papel.



Comentarios

  1. Me ha encantado el relato, tendríamos que recitarnos eso todas las mañanas al levantarnos, como un mantra... y seríamos más felices.

    Un beso

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  2. Muchas gracias!
    Sí, deberíamos repetirnos esto y muchas cosas más todos los días.

    Saludos.

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