Los astros no están a tu favor

El teléfono me despertó de madrugada con el sonido del mal augurio. Me vestí todo lo rápido que pude y me presenté en el lugar acordado con un café en la mano (no recordaba lo difícil que era conseguir uno a las tres de la madrugada). 

Tu cuerpo yacía sobre una moqueta granate, color idóneo para camuflar el de la sangre y no hacer de aquella escena algo todavía más grotesco. Uno de tus ojos no tenía la suficiente fuerza para mantenerse abierto y tu mirada parecía la de una muñeca de porcelana. Tus brazos abiertos daban la bienvenida a la muerte y tus piernas estaban giradas en una postura de yoga imposible. Al menos para alguien que no tenga ningún hueso roto. El forense me informaría después de que lo complicado que fue encontrar en tu cuerpo algun hueso que no estuviera fracturado.

Te destrozaron con un extraño bate de pinchos. Parecía una pieza artesanal fabricada de madera. De la abertura de tu vientre, fue autora una navaja suiza. Como ya sabrás, no encontramos huellas en ninguna de las armas. No tenías enemigos ni se te podía relacionar con ningún asunto turbio.
Suerte que el dolor no es precavido ni racional y va dejando pistas allá donde va: unas cartas de amenaza por aquí, unos gritos escuchados por allá..

El móvil del crimen fue un lector descontento. Su horóscopo aseguraba que ese día tendría sorpresas amorosas inesperadas. Ese día al llegar a casa, los papeles del divorcio le esperaban encima de una mesa plegable. Lo único que había dejado su mujer antes de abandonarlo. Ah, sí, y un bolígrafo.

Después de tantos años en el cuerpo, siempre pensé que el trabajo de policía era uno de los más arriesgados del mundo, sin embargo, ese día me enseñaste que ser escritora de horóscopos puede entrañar mucha más peligrosidad. Es curioso que, pese a ganarte la vida escribiendo el futuro de los demás, no vieras venir el tuyo.
¿A quién se le ocurre intentar fugarse con la mujer de uno de sus lectores...?




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