Mil formas de no inventar la luz

Era un día nublado y frío. La humedad te calaba hasta los huesos. Aún así, allí estaba, sobre el tejado,  mirando a la nada, mientras en su chaqueta se posaban las primeras gotas del rocío.

Me senté a su lado y le toqué el hombro para llamar su atención. Me miró y esbozó algo que pretendía ser una sonrisa. Puse una pequeña manta sobre sus hombros mientras seguía mirando al horizonte.

-¿Sabes? No pasa nada por equivocarse, por tropezar, caerse y levantar- me miró con curiosidad- pero has invertido ya mucho dinero y tiempo en todo lo que estás intentando.

Me miró apretando los labios, con una media sonrisa como quien esconde un secreto y con su mirada me instó a seguir hablando.

-Nadar a contracorriente es muy difícil, por eso todos los que han triunfado así han disfrutado de éxitos tan sonados.

-Lo sé- dijo abriendo la boca por fin- pero yo no busco un éxito sonado.

-Ya, pero... A veces rendirse también es una victoria. Sé que cuesta desprenderse de todas esas ideas y ensoñaciones que uno ha ido forjando durante años, esas ilusiones que se convierten en nuestro dogma de fe, esas certezas que nunca llegan. En ocasiones, abandonar los sueños es madurar.

-Thomas Edison fracasó mil veces antes de que su bombilla funcionara, sin embargo, para él no fueron mil fracasos, sino el descubrimiento de mil maneras en las que no hacer funcionar una bombilla.

-¿Qué quieres decir?- le pregunté temiéndome otra locura más-

-Que puede que aún me queden mil intentos más hasta que encuentre mi propia luz- dijo esbozando una amplia sonrisa.

Se levantó del tejado con la manta aún sobre los hombros y me tendió las manos para ayudar a incorporarme.




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