¿Para qué escribes?

Cuánto mas la observaba, menos la comprendía. Siempre con aquella maldita libretita naranja en bolso, interrumpiéndome a cada dos por tres en nuestras conversaciones, para escribir en ella alguna idea repentina que había acudido a su mente. Observando a la gente que pasaba a su alrededor, tratando de adivinar a qué se dedicarían. Analizando con disimulo a todas las personas a las que veía juntas para tratar de adivinar qué tipo de relación les unía. Perdida en sus propios pensamientos y elucubraciones, en ocasiones me daba la sensación de que no me escuchaba. Era exasperante.

Escribía historias que enviaba a editoriales y concursos de poca difusión con escaso o nulo éxito, pero ella seguía. Rozaba la treintena y no veía su vida encaminada hacia ningún lugar. Profesores y familiares le auguraban éxito profesional cuando era una niña, y sin embargo estaba desempeñando un trabajo que cualquiera podría realizar, y que además. odiaba profundamente.

Comprendía que Stephen King, Isabel Allende o Dan Brown dedicaran horas de su vida a la escritura, ¿pero ella? ¿Para qué le iba a servir? ¿Para que sacrificaba horas de descanso y ocio en aquello? ¿Por qué gastar dinero en aquellos libros que, supuestamente, mejorarían su escritura?
No quería ofenderla, pero llegó el día que no pude más, y acabé escupiéndole la pregunta que tanto tiempo llevaba rebotando en mi cabeza como una pelota de tenis:

¿Para qué escribes?
Ella me dedicó una mirada en silencio y me miró con tristeza, Después suspiró y me dijo casi susurrando, como con vergüenza: Para que la vida siga teniendo algo de magia.
La miré estupefacta y la vi sonreír, levantó la cabeza y soltó las palabras que probablemente se había dicho más de una vez a sí misma:

Para que la vida siga teniendo algo de magia. Porque no me conformo con una vida mediocre plagada de situaciones y sentimientos cotidianos. Porque quiero emociones intensas y sentimientos profundos. Porque me gusta pensar que las personas con las que me cruzo en mi día a día tienen un mundo interior; miedos, aspiraciones y sueños. Porque me niego a pensar que la vida adulta consista en trabajar, descansar y pagar. Al menos la mía. 
Porque no puedo concebir que la autorrealización tenga que pasar por una hipoteca y una boda. Porque creo que todo hombre y mujer debería tener momentos en los que todo fuera perfecto y no pudiera explicar, medir, pesar ni cuantificar. Porque esos momentos que no se pueden explicar son los que constituyen la verdadera felicidad, porque cuando algo no se puede clasificar, no se puede capturar y nos descoloca. Y la búsqueda de repetir ese momento una y otra vez le da algo de sentido a a la vida.

Porque pensar que en un mundo tan tecnológico e informatizado queda lugar para la curiosidad y para algo que vaya más allá del tener o el ser, me parece maravilloso.
Me deprimen las personas escépticas que no miran más allá; una humanidad que no sea curiosa, que no tenga fantasía e imaginación no puede avanzar ni ser feliz.
Ojalá siempre tengamos historias que inventar y sentimientos sobre los que conjeturar, ojalá nunca descubramos todos los misterios del Universo.


No entendí muy bien lo que me quiso decir, pero sus ojos brillaban tanto que sus pupilas se convirtieron en canicas, su piel resplandecía y una gran sonrisa ocupaba su rostro. Entendí , o sólo quise entender la mitad de lo que me decía y, seguí pensando que perdía el tiempo escribiendo historias que no le reportarían ningún beneficio. Ella era feliz pero estaba perdiendo el tiempo.

"¿Realmente estás perdiendo el tiempo si estás siendo feliz?" susurró dentro de mí un pensamiento que no sé de donde vino. Hice caso omiso y apagué la televisión, mañana me esperaba un día de trabajo agotador y tenía que estar descansada.

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