Grandes Esperanzas...

En mi promesa de leer más clásicos, he escogido leer a Dickens y su afamada obra Grandes Esperanzas. Debo decir que se me está haciendo algo pesado, pero la historia del protagonista, sus deseos y sentimientos, me han inspirado para escribir este pequeño relato (voy más o menos por la mitad del libro, por lo que no hay ningún spoiler importante y he añadido detalles de los que Dickens nunca habló, cosecha de mi imaginación) :


Desde el primer día que la vió habían pasado muchos años. Tan sólo era un niño cuando, con aquel traje de un color gris inclasificable y sus gruesos zapatos acudió a la mansión de la anciana señorita Havisham en respuesta a aquella extraña petición que le había hecho a su tío.Se quitó el sombrero al cruzar la puerta, y las gotas que habían en él pasaron a sus pantalones y zapatos. La burda suela de aquel calzado hizo que sus pasos resonaran más de lo deseado para un joven que desea ser un caballero. Estella le clavó los ojos como si pensara que el tenía algún poder sobre el sonido del caucho mojado o sobre la misma tormenta que le había sorprendido minutos antes.
No se conocían, pero ella ya le odiaba. No sabía nada de ella y sin embargo él ya se había enamorado.
Aquella no fue la única vez que ella le despreció por sus basto calzado o por aquel raído traje gris de los domingos que nunca conseguia llenar.
A pesar de tener la misma edad, le reprendía como si tan sólo fuera un niño. Le exasperaba cuando él no entendía algo o se mostraba lento. No intentaba disimular de ninguna manera la aversión que aquel muchacho que se retorcía las manos al verla, le provocaba.
Fueron muchas las tardes que la señorita Havisham solicitó la compañia de ambos; disfrutaba viendo como su joven ayudante cambiaba por crueldades, la devoción que Pip le profesaba.

Él la convirtió en su dios y cual Adán, una vez hubo  mordido la manzana del enamoramiento, empezó a ver cosas de sí mismo que nunca antes había advertido. Adán se dió cuenta de que estaba desnudo. Pip se dió cuenta de que era pobre.
Era algo que siempre había estado ahí. Se lo decían sus ajadas vestimentas, se lo gritaban sus tripas aquellas noches de invierno mientras trataba de encontrar el calor en una fina sábana. Siempre lo había sabido, pero hasta que no conoció a Estella, nunca se había avergonzado de ello. Aceptaba la vida que su arisca hermana había proporcionado para ellos después de que sus padres murieran. No le causaba ningún rubor admitir en público que, cuando tuviera la edad suficiente, trabajaría como aprendiz de herrero de Joe, su cuñado; aquel hombre con el que compartía escuetas cenas y miradas cómplices ante los inminentes estallidos de ira de su hermana.
Se miraba así mismo con desprecio, queriendo esconder lo que era. Así que como Joe, su hermana y su casa formaban parte de él, también se avergonzó de todo ello y secretamente, deseó alejarse de esa vida mediocre lo antes posible. Parecía que sólo con haberlo deseado, hubiera firmado un pacto con el diablo, pues poco después, un golpe de suerte le sobrevino, y desde ese momento todo el mundo le habló de Grandes Esperanzas.

Lo cierto es que, aunque puede que quizás quisiera engañarse a sí mismo por reconocerse ruin o mezquino, su gran esperanza era ser un gran caballero para conquistar el corazón de Estella.

Estella, a quien él había erigido en su altar, y adorarla consistía en su mayor dogma de fe. La quería desde el fanatismo y la ceguera, la quería de tal forma que el se desdibujaba a su lado y aquello dejaba de ser amor. Porque le hería, sacaba lo peor de él, se volvía desconsiderado y convertía ese amor que decía sentir, en un acto de egoísmo. Pero ciego de ambición no podía ver el camino que estaba siguiendo y se creía el caballero de algún tipo de historia de amor cortés, luchando por una dama con la fuerza y el coraje de un sentimiento que pensaba que le ennoblecía a cada paso que daba. Sin saber, que cada uno de sus pasos y los de su amada, estaban manejado por la señortita Havisham, un diablo desquiciado y cruel, maestro titiritero de la desgracia que movería aquellos dos títeres a su antojo hasta el fin de sus días.


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