Descanse en paz...


La habitación en silencio. No hay cortinas que tapen las ventanas sobre las que se deslizan lentamente las primeras gotas de lluvia.
El paisaje es melancólico y triste, pero ella está sonriendo. Sentada sobre esa cama sobre las que tantas veces había reído, llorado, soñado y recordado. Rodeaba sus piernas con los brazos, un mechón de pelo le tapaba el ojo izquierdo, pero nada podría haber tapado esa sonrisa.

Su mirada se dirige hacia una silla que parece esperarla en el fondo de la habitación, se levanta con una sonrisa pícara, como el que va a hacer una travesura.
Abre el cajón de la cómoda y coge unas tijeras. Se detiene delante de la silla y deja las tijeras en el asiento.
Sus manos cogen por los hombros aquel disfraz y sus ojos lo observan como si fueran la primera vez que lo vieran. Lo miraba con desprecio, con asco, con vergüenza...
¿Así que con esto me vestía?- pensó- De manera que, ¿esta vestimenta es la que me hacía sentir poderosa?
Observó los repuntes mal hechos, la mala calidad del tejido, esos colores estridentes y extravagantes.
Lo dejó sobre la silla y se miró en el espejo que había colgado encima de la cómoda.
Al ver su reflejo sintió lo mismo que al mirar el disfraz: que era la primera vez que lo veía.
Se vió a sí misma, sin disfraces ni pinturas, sin trucos de magia, puede que esta nueva visión se debiera a un nuevo espejo, pero podía jurar que lo que veía era verdad: una chica normal, con sus virtudes y defectos.
¿Para qué mostrar a los demás un personaje que no existe?
¿Para que atraer a personas que sólo amaban el personaje?

No quería disfrazarse de reina y recibir reverencias de bufones.
Era insegura, cometía errores, no lo tenía todo bajo control, se le podía dejar sin palabras, sí , lo admitía, no era perfecta.
Casi sin darse cuenta volvía a tener las tijeras entre las manos y se encontro a sí misma dejando su disfraz hecho jirones, recordando lo poco que le había servido su orgullo y egocentrismo y todo lo que ello implicaba.

Se sintió como en trance mientras despedazaba esa vestimenta en la que tantas veces se había refugiado.
Las tijeras se movían hacia un lado y otro. Decenas de hilos caían a sus pies. Dejó que los trozos fueran cayendo poco a poco y cuando el último rozó la punta de la zapatilla sonrió mientras suspiraba con satisfacción.
Observó el caos de tela, hilos y cremalleras que sus manos habían provocado alrededor de sus pies y sintió una de esas certezas que se sienten pocas veces en la vida, pero que cuando se sienten, se saben que son reales, como el amor.


En voz alta, susurrando o sólo pensando, ya no lo recordaba bien dijo:

-Hasta nunca, Miss Destroyer, puede que se te eche de menos y, seguramente una parte de ti se quedará para siempre en mí, pero ya no te necesito, ya no necesito tus tronos, ni tus cetros ni tus zapatos de princesas. Realmente sólo existías para inflar mi ego y llenarme de orgullo, pero ¿Qué mejor orgullo que el de ver las personas que están a mi lado porque me conocen a mí y no a mi disfraz?

Comentarios